Mi primer recuerdo es la paliza que me dieron cuando le dije a mi madre que me gustaba una compañerita en 2do grado de la escuela. Yo tenía 7 años.
Esa paliza me hizo sentir como muy natural que la atracción por alguien era dolorosa, o debía serlo.
Cuando mi padre, en silencio, me llevó en auto a una mujer que “curaba los desvíos”, nada de eso me resultó extraño. Es como si lo hubiera estado esperando. El paso siguiente.
La mujer de más de 50 años fue haciendo cosas por etapas. Primero me confundió, luego comenzaron los abusos. Ella ,me forzaba a tener encuentros sexuales, para que yo supiera que era eso que estaba mal. Me humillaba y a veces me explicaba que todo esto era por mi bien.
Mis padres comenzaron a tratarme bien, porque según decían ellos, yo estaba encaminada a una vida sana.
Llegué a sentir la necesidad de verla todas las semanas. No estar con ella era como estar en un período de abstinencia.
Ella se mudó y yo me enteré un día que fui y la casa estaba vacía. Me dijo una vecina que estuvo la policía y que ella se fugó.
Me llevó muchos años de terapia psicoanalítica entender que lo que viví fue abuso, que el dolor no es sinónimo del amor.
No pude rehacer mi vida. Me cuesta recordar sin llorar.
