La curandera me quemó con un aceite caliente para que asociara ese dolor con mi identidad de género.
Me dijo que eso me esperaba en el infierno por vestirme de mujer.
“¿Te dolió? Eso que fue un ratito imaginate la eternidad” me dijo.
Mi tía me sostenía fuerte y yo escuchaba como mi madre lloraba mientras entre lágrimas me decía “vas a estar bien, vas a estar bien”.
Esa noche, rengueando, como pude, huí de casa.