Quizás para poder seguir viviendo, intento no recordar esa etapa de mi vida.
Yo venía de una infancia de burlas y violencia en mi barrio y en mi familia. Me había hasta acostumbrado a ser el foco de las humillaciones y los golpes, tanto que tenía la convicción que yo estaba mal.
Mi padre venía de una batalla prácticamente perdida contra el alcohol y encontró en un grupo de ayuda algo de contención. Ese grupo pasó a manejarle la vida y entre las decisiones que esta gente tomaba estaban la vida mía y de mis hermanos.
Un día sin media explicación me enviaron a un lugar de retiro en donde me harían hombre. Yo ya me vestía de mujer en lo de unas amigas mayores y soñaba con irme a otro lugar para ser yo y ser feliz.
La pasé horrible, en el lugar de retiro conocí las peores y más brutales acciones que pude imaginarme hasta ese momento. Buscaban quebrar mi voluntad, destruir lo poco que sostenía de autoestima. Finalmente la estadía terminó regresé a mi provincia y a mi barrio.
Mis amigas me preguntaron ¿Qué sucedió? yo no tenía ganas de seguir viviendo. Decidí poner en pausa mi vida y todos los días ser un automata, no quería ver a nadie, me pasaba horas en mi cuarto en la cama mirando el techo.
De ese lugar de retiro volví con pastillas, debía tomarlas una vez al día y eso me bloqueaba. No sentía nada, nada me atraía.
Logré salir de esa situación gracias a mis hermanos y mis amigas. No quiero entrar en esa parte de la historia porque es muy personal. Pienso que las personas que fuimos victimas de las terapias de conversión, llegamos ahí porque provenimos de hogares dónde algo está roto y hay esperanzas de solucionarlo entonces caemos en manos perversas.
Ojala esta ley se apruebe.
